
Pentecostés
Fiesta del quincuagésimo día después de la Pascua (Domingo de Resurrección) y que pone término al tiempo pascual.
Durante Pentecostés se celebra el descenso del Espíritu Santo y el inicio de la actividad de la Iglesia, por ello también se le conoce como la celebración del Espíritu Santo. En la liturgia católica es la fiesta más importante después de la Pascua y la Navidad. La liturgia incluye la secuencia medieval Veni, Sancte Spiritus.
El fondo histórico de tal celebración se basa en la fiesta semanal judía llamada Shavuot (fiesta de las semanas), durante la cual se celebra el quincuagésimo día de la aparición de Dios en el monte Sinaí, por lo tanto en el día de Pentecostés también se celebra la entrega de la Ley (mandamientos) al pueblo de Israel.
La Iglesia conmemora la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús. En esta celebración, se cumplen cincuenta días desde el domingo de la Pascua de resurrección. Siguiendo la tradición judía, que celebraba la Fiesta de las Semanas, o de los primeros frutos de la cosecha, al cumplirse cincuenta días desde la celebración de la Pascua liberadora de la esclavitud en Egipto, los cristianos celebramos en el domingo de Pentecostés los primeros frutos de la resurrección de Jesús, es decir, los dones del Espíritu Santo con los que se fundamenta y construye la Iglesia.
(Lev. 23, 15)
“Contaréis, pues, desde el día segundo de la fiesta en que ofrecisteis el manojo de las primicias, siete semanas enteras”.
(Dt. 16, 9-10)
“Contarás siete semanas, comenzando desde el día en que metieres la hoz en las mieses; Y celebrarás la fiesta de las siete Semanas, o de Pentecostés, al Señor Dios tuyo, con la oblación voluntaria del fruto de tus manos, que ofrecerás conforme a la bendición recibida de Dios tu Señor”.
El Espíritu Santo, don del Padre.
En Pentecostés se pone de relieve el Espíritu de Dios, comparado en la Sagrada Escritura con el viento y el aliento, sin los cuales nosotros moriríamos. El Espíritu es respiración de Dios. El soplo respiratorio del hombre viene de Dios, a quien vuelve cuando una persona fallece. El Espíritu es también viento confortante, brisa huracán que arrasa y cuya procedencia se ignora en ocasiones. Se manifiesta sobre todo en los Profetas, críticos de los mecanismos del poder y del culto equivocado y defensores de los marginados. El mismo Espíritu que hoy fecunda a la Iglesia y a los cristianos creó el mundo y dio vida humana al “barro” en la pareja formada por Adán y Eva. De un modo pleno el Espíritu Santo reposó sobre el Mesías.
Reciban el Espíritu Santo.
Esta acción soberana y significativa de Jesús, hecha de un soplo y de una palabra, es fundamental. San Juan había insinuado ya la donación del Espíritu Santo en el momento mismo de la muerte de Jesús y en el instante en que de su costado abierto brotó agua (19, 28-30). Es normal por lo tanto, que el evangelista nos ofrezca un relato expreso de efusión del Espíritu Santo, el domingo mismo de la resurrección.
Ésta es la venida del Espíritu Santo, según san Juan. El contexto es el de las apariciones de Cristo resucitado en Jerusalén, la tarde del mismo día de Pascua: Pentecostés y Pascua coinciden para Juan.
Para los judíos, fiesta de la cosecha. Se celebraba unas siete semanas después de la Pascua o Parasceve. Más tarde, esta fiesta conmemoró la promulgación, en el Monte Sinaí, de los Diez Mandamientos.