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CUERPO Y SANGRE DE CRISTO EL SACRAMENTO DE LA SAGRADA EUCARISTÍA
Esta fiesta tradicional data del año 1526. Se acostumbra rendir culto al Santísimo Sacramento en la Catedral de México. El centro de la festividad era la celebración solemne de la Misa, seguida de una imponente procesión que partía del Zócalo, en la que la Sagrada Eucaristía, portada por el arzobispo bajo palio, era escoltada por autoridades virreinales, cabildo, cofradías, ejército, clero y pueblo. Había también representaciones teatrales alusivas, música y vendimia especial.
La procesión con el Santísimo consiste en hacer un homenaje agradecido, público y multitudinario de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Se acostumbra sacar en procesión al Santísimo Sacramento por las calles y las plazas o dentro de la parroquia o Iglesia, para afirmar el misterio del Dios con nosotros en la Eucaristía.
LEVANTARÉ EL CÁLIZ DE LA SALVACIÓN La cumbre de las lecturas bíblicas es el texto evangélico de Marcos con la narración de la institución de la Eucaristía. Texto que nos es familiar y al que este año llegamos guiados por la lectura del libro del Éxodo, donde encontramos la profecía de la sangre con que Moisés rocía al pueblo como signo de la alianza que Dios hace con Israel después de darle su Ley en el Sinaí. Llegamos guiados también por el texto de la Carta a los hebreos, donde se nos dice que la sangre de Cristo ha sellado la nueva y definitiva alianza de Dios con los hombres. Los textos, por lo tanto, en su conjunto, destacan la unidad entre la Cena del Señor y el sacrificio de la Cruz. El pan partido y el cáliz eucarísticos son, en la Cena, anticipación del Cuerpo entregado y de la Sangre derramada por Cristo en el Calvario, el sacrificio con que Cristo nos ha redimido. Este único sacrificio, ofrecido por Cristo una vez para siempre el Viernes Santo, la Iglesia lo vuelve a hacer presente cada vez que hace el memorial del Señor, el memorial que nos dejó después de darnos el mandamiento de la nueva Ley (Cfr Jn 13, 34). Hemos de tener presente que tanto en la Cena, como sobre la Cruz, como en la Misa, se trata siempre de la misma y única inmolación de Cristo al Padre; pero en la Cena y en la Misa la inmolación es sacramental, “mística”. En la celebración eucarística –como en todo sacramento- la presencia y la acción de Cristo hacen que lo que realiza la Iglesia como memorial del Señor, sea signo eficaz de lo que re-presenta. A nosotros, al participar en la Eucaristía, nos corresponde unirnos con fe a la ofrenda del sacrificio de Cristo y, también expresando nuestra fe, acercarnos a comulgar con el alimento eucarístico, con el alimento que nos va configurando cada vez más a Cristo.
Es una manera práctica y muy bella de adorar a Jesús Sacramentado. El Papa Juan Pablo II la celebra, al igual que la mayoría de las Parroquias de todo el mundo, los jueves al anochecer, para demostrar a Cristo Eucaristía amor y agradecimiento y reparar las actitudes de indiferencia y las faltas de respeto que recibe de uno mismo y de los demás hombres.
La Eucaristía es uno de los siete Sacramentos. Nos recuerda el momento en el que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. Éste es el alimento del alma. Así como nuestro cuerpo necesita comer para vivir, nuestra alma necesita comulgar para estar sana. Cristo dijo: "El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día."
Todos queremos ser buenos, ser santos y nos damos cuenta de que el camino de la santidad no es fácil, que no bastan nuestras fuerzas humanas para lograrlo. Necesitamos fuerza divina, de Jesús. Esto sólo será posible con la Eucaristía. Al comulgar, nos podemos sentir otros, ya que Cristo va a vivir en nosotros. Podremos decir, con San Pablo: "Vivo yo, pero ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mí."
Comunión: Es recibir a Cristo Eucaristía en nuestra alma, lo que produce ciertos efectos en nosotros: nos une a Cristo y a su Iglesia, une a los cristianos entre sí, alimenta nuestra alma, aumenta en nosotros la vida de gracia y la amistad con Dios, perdona los pecados veniales, nos fortalece para resistir la tentación y no cometer pecado mortal.
La Iglesia nos pide dos condiciones para recibir la comunión: Estar en gracia, con nuestra alma limpia todo pecado mortal. Cumplir el ayuno eucarístico: no comer nada una hora antes de comulgar.
La Iglesia recomienda recibir la Comunión siempre que vayamos a Misa. Es obligación recibir la Comunión, al menos, una vez al año en el tiempo de Pascua, que son los 50 días comprendidos entre el Domingo de Resurrección y el Domingo de Pentecostés.
Se recomienda aprovechar la oportunidad para platicarle a Dios, nuestro Señor, todo lo que queramos: lo que nos alegra, lo que nos preocupa; darle gracias por todo lo bueno que nos ha dado; decirle lo mucho que lo amamos y que queremos cumplir con su voluntad; pedirle que nos ayude a nosotros y a todos los hombres; ofrecerle cada acto que hagamos en nuestra vida.
Se puede llevar a cabo una comunión espiritual. Esto es recibir a Jesús en tu alma, rezando la siguiente oración:
Te amo sobre todas las cosas y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Quédate conmigo y no permitas que me separe de ti. Amén"
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