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![]() ![]() RENOVAR EL DON
“Un último aspecto. El apóstol Pablo recomienda al discípulo Timoteo que no descuide, es más que reavive siempre el don que está en él. El don que le fue dado por la imposición de las manos. Cuando no se alimenta el ministerio, el ministerio del obispo, el ministerio del sacerdote, con la oración, con la escucha de la Palabra de Dios y con la celebración cotidiana de la Eucaristía y también con una frecuentación al sacramento de la Penitencia, se termina inevitablemente por perder de vista el sentido auténtico del propio servicio y la alegría que deriva de una profunda comunión con Jesús. “El obispo que no reza, el obispo que no escucha la Palabra de Dios, que no celebra todos los días, que no se confiesa regularmente, y el sacerdote mismo que no hace estas cosas, a la larga pierde la unión con Jesús y se convierte en una mediocridad que no hace bien a la Iglesia. Por ello debemos ayudar a los obispos y a los sacerdotes a rezar, a escuchar la Palabra de Dios, que es el alimento cotidiano; a celebrar cada día la Eucaristía y a confesarse habitualmente. Esto es muy importante porque concierne precisamente a la santificación de los obispos y los sacerdotes. ¿SERÉ YO, MAESTRO? “Quisiera terminar con algo que me viene a la mente, pero ¿cómo se debe hacer para llegar a ser sacerdote?, ¿dónde se venden las entradas al sacerdocio? No. No se venden. Es una iniciativa que toma el Señor. El Señor llama. Llama a cada uno de los que quiere que lleguen a ser sacerdotes. Tal vez aquí hay algunos jóvenes que han sentido en su corazón esta llamada, el deseo de llegar a ser sacerdotes; las ganas de servir a los demás en las cosas que viene de Dios; las ganas de estar toda la vida al servicio para catequizar, bautizar, perdonar, celebrar la Eucaristía, atender a los enfermos… y toda la vida así. Si alguno de ustedes ha sentido esto en el corazón, es Jesús quien lo ha puesto allí. Cuide esta invitación y rece para que crezca y dé fruto en toda la Iglesia”. En su catequesis, el Papa menciona –sin que lo breve de una audiencia general le permita ampliarlo- los tres grados de que consta en orden sacerdotal:
Diríamos que el sacramento que Jesús instituyó fue el de “sucesor de los Apóstoles”. Un carisma para hacer crecer y darle forma a la Iglesia que su fundador les encargó. Los Apóstoles, empezando por San Pablo, fueron nombrando sucesores suyos conforme la Iglesia iba creciendo, como fue Timoteo, al que menciona el Papa Francisco. Es importante hacer notar que estos tres grados de servicio a la comunidad cristiana, a la Madre Iglesia, no son los únicos, si consideramos que el cristianismo, por razón de su Bautismo, ha recibido la carisma de participar del sacerdocio profético de Jesús, por ser ya hijo o hija del Rey. Así, el cristiano que generosamente se entrega y consagra a trabajar en el mies del Señor, está convirtiendo en una realidad su sacerdocio con Cristo sacerdote. Estamos hablando, igual de las vocaciones religiosas, para monjas, hermanos, sacerdotes, que del “cristiano consagrado” en alguna institución de servicio a la Iglesia. O de simples fieles que dentro de su propia vida –su modus vivendi- tratan de cooperar con el Señor en extender el Reino, en apoyo del sucesor de los Apóstoles, su obispo. El apostolado de este cristiano tiene la misma dignidad que la del más encumbrado eclesiástico, porque en su Bautismo fue ungido con el crisma que el obispo bendijo solemnemente en la Vigilia de Resurrección, para que los nuevos hijos de la Iglesia fueran unidos a Cristo, para siempre –igual que los presbíteros- “según el orden de Melquisedec”. La Iglesia ha enseñado desde el principio que el Bautismo y el Sacerdocio “imprimen carácter”: Son para la eternidad. Quizá muchos de los cristianos de hoy no se hayan descubierto a sí mismos como portadores de este carisma sacerdotal. Francisco, sobre todo en su catequesis del Bautismo, nos invita a que lo vivamos. Y también nos invita insistentemente a que ayudemos a nuestros obispos y a sus sacerdotes a vivir su vocación. Que Dios nos conceda obispos y sacerdotes santos, según su corazón. “Ayudar a los obispos –dice- es muy importante” y recalca “importa mucho”. Quizás, a veces, ante las fallas humanas que no podemos menos que ver en los sucesores de los Apóstoles y en sus presbíteros, nuestra primera reacción debería ser de pedir por ellos, mejor que someterlos a juicio; perdiendo así la oportunidad que Cristo nos ofrece: “No juzguen y no serán juzgados”. Otra enseñanza de Francisco. 7 SACRAMENTO DEL MATRIMONIO ![]() Nuestro Papa no se anda por las ramas, cuando en la catequesis sobre el Matrimonio nos lo presenta con su calidad de vocación divina. E decir, como una invitación personal de Cristo a la pareja, para que trabajen por su Reino, formando otra nueva familia. Francisco, hablando del Orden y del Matrimonio –en páginas anteriores- dice que son “dos grandes caminos, a través de los cuales el cristiano puede hacer de la propia vida un don de amor”. Y como se está dirigiendo de una forma general al pueblo de Dios, podemos entender que lo que tiene en mente es el sacerdocio con el que todo cristiano es ungido en su Bautismo. Son pues, las dos opciones que se abren ante el joven o la joven que quieren “hacer de su vida un acto de amor”; deseosos de responderle al Señor que los ama y los llama a trabajar por su Reino:
Para Francisco, que no se anda por las ramas, el matrimonio es una vocación, un llamamiento, que debe considerarse como “una consagración”. Oigamos sus propias palabras: “Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! “Hoy concluimos el ciclo de catequesis sobre los sacramentos hablando del Matrimonio. Este sacramento nos conduce al corazón del designio de Dios, que es un designio de alianza con su pueblo, con todos nosotros, un designio de comunión. Al inicio del libro del Génesis, el primer libro de la Biblia, como coronación del relato de la creación se dice: ‘Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen suya lo creó; hombre y mujer los creó… por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne’. La imagen de Dios es la pareja matrimonial; el hombre y la mujer porque, no sólo el varón, no sólo la mujer, sino los dos. Ésta es la imagen de Dios: El amor, la alianza de Dios con nosotros está representada en esa alianza entre el hombre y la mujer. Y esto es hermoso. Somos creados para amar, como reflejo de Dios y de su amor. Y en la unión conyugal, el hombre y la mujer realizan esa vocación en el signo de la reciprocidad y de la comunión de vida plena y definitiva. EL REFLEJO DIVINO “Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del Matrimonio, Dios, por decirlo así, se ‘refleja’ en ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros. También Dios, en efecto, es comunión. Las tres personas del Padre, Hijo y Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en unidad perfecta. Y es precisamente este el misterio del Matrimonio. Dios hace de los dos esposos una sola existencia. La Biblia usa una expresión fuerte y dice ‘una sola carne’, tan íntima es la unión entre el hombre y la mujer en el matrimonio. Y es precisamente éste el misterio del Matrimonio; el amor de Dios que se refleja en la pareja que deciden vivir juntos. Por esto el hombre deja su casa, la casa de sus padres y va a vivir con su mujer y se une tan fuertemente a ella que los dos se convierten –dice la Biblia- en una sola carne. UNA VOCACIÓN MUY CONCRETA “San Pablo, en la Carta a los efesios, pone de relieve que en los esposos cristianos se refleja un misterio grande: la relación establecida por Cristo con la Iglesia, con una relación nupcial. La Iglesia es la esposa de Cristo. Ésta es la relación. Esto significa que el matrimonio responde a una vocación específica, y debe considerarse como una consagración. Es una consagración: el hombre y la mujer son consagrados en su amor. Los esposos, en efecto, en virtud del sacramento son investidos de una auténtica misión, para que puedan hacer visible, a partir de las cosas sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia que sigue entregando la vida por ella, en la fidelidad y en servicio. “Es verdaderamente un designio estupendo, connatural en el sacramento del Matrimonio. Y se realiza en la sencillez y también en la fragilidad de la condición humana. Sabemos bien cuántas dificultades y problemas tiene la vida de dos esposos… lo importante es mantener viva la relación con Dios que es el fundamento del vínculo conyugal. Y la relación auténtica es siempre con el Señor. Cuando la familia reza, el vínculo se mantiene. Cuando el esposo reza por la esposa y la esposa reza por el esposo, ese vínculo llega a ser fuerte; uno reza por el otro. CUANDO VUELAN LOS PLATOS “Es verdad que en la vida matrimonial hay muchas dificultades. Muchas. Que el trabajo, que el dinero no es suficiente, que los niños tienen problemas. Muchas dificultades. Y muchas veces el marido y la mujer llegan a estar un poco nerviosos y pelean entre ellos. Pelean, es así… Siempre se pelea en el matrimonio. Algunas veces vuelan los platos. Pero no debemos ponernos tristes por esto, la condición humana es así. Y el secreto es que el amor es más fuerte que el momento en que se pelea. Por ello yo aconsejo siempre a los esposos no terminar la jornada en la que han peleado sin hacer las paces. ¡Siempre! Y para hacer las paces no es necesario llamar a las Naciones Unidas a que vengan a casa a poner paz. Es suficiente un pequeño gesto, una caricia, y ¡hasta mañana! Y mañana se comienza otra vez. Ésta es la vida, llevarla adelante así, llevarla adelante con el valor de querer vivirla juntos. Y esto es grande, es hermoso. La vida matrimonial es algo hermoso y debemos custodiarla siempre, custodiar a los hijos. TRES PALABRAS MÁGICAS “Otras veces he dicho en esta plaza una cosa que ayuda mucho en la vida matrimonial. Son tres palabras que se deben decir siempre. Tres palabras que deben estar en la casa: Permiso, gracias y perdón. Las tres palabras mágicas. Permiso: para no ser entrometido en la vida del cónyuge. Permiso: ¿Qué te parece? Permiso: ¿Puedo? Gracias: dar las gracias al cónyuge, gracias por lo que has hecho por mí, gracias por esto. Esa belleza de dar las gracias. Y como todos nosotros nos equivocamos, esa otra palabra que es un poco difícil de pronunciar, pero que es necesario decirla: Perdón. Permiso, gracias y perdón. “Con estas tres palabras, con la oración del esposo por la esposa y viceversa, hacer las paces siempre antes de que termine la jornada, el matrimonio irá adelante. Las tres palabras mágicas, la oración y hacer las paces siempre. “Que el Señor los bendiga y recen por mí”. En esta catequesis, el Papa nos hace ver cómo el matrimonio es un reflejo de la Divina Trinidad. La teología católica se esfuerza por aproximarnos de alguna manera, a la comprensión del misterio de la Santísima Trinidad (sólo aproximarse, siempre se queda muy lejos) y esto, siguiendo como lo hace Cristo, el modelo de una familia humana: El esposo que ama a su esposa y se entrega a ella que también hace lo mismo, están reflejando el acto infinito de Dios, de la entrega del Padre al Hijo y la del Hijo al Padre, por amor. Y entonces, de ese amor de las dos Divinas Personas… nace –desde la eternidad- una tercera, el ¡Espíritu Santo! Un esplendoroso reflejo. Ya que Dios hizo a la pareja humana a su imagen y semejanza, como lo enseña Francisco, vale la pena repetir sus palabras: “El Matrimonio es una consagración: el hombre y la mujer son consagrados en su amor mutuo. Son investidos de una auténtica misión. La de que hagan visible el amor con el que Cristo ama a su Iglesia…”. |
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